Somos agua. Que fluye, que corre, que se evapora. A veces, lluvia de otoño. Agua que hierve en la cazuela.
Bebida. Pisada. Escupida. O llorada. Gotas de diferentes fuentes. Nunca igual. Siempre corriendo. Turbia, clara o contaminada. Agua que atraganta. Que mata si te privas. Que da vida sin notarlo. O a veces hielo.
Nuestra vida es fugaz como el polvo que flota. Como la gota que cae y se estrella contra el suelo. Como un beso. Como un paso que forma parte de un millón de pasos. Como un segundo. Como un sorbo de café. Como una flor entre un millón de flores que mueren en otoño.
Miro por mi ventana y fijo la vista en una hoja amarilla y marrón, que se tambalea cuando la mece el viento. Está mojada. Yo estoy parada frente al cristal, añadiendo un azucarillo a mi taza de café. La hoja sigue aferrándose al árbol mientras el ulular del viento entona una música mustia que hace bailar a las nubes. Estas son grises como el color de la candela apagada. La niebla empieza a embadurnarlo todo.
Quizás esa hoja sea como los recuerdos, pensé, simplemente los observamos, esperando a que se caigan. Olvidar es un vicio.
Y sigo pensando en el agua. En la vida empujada río abajo por la inercia de la gravedad. Una gota ahogándose entre más gotas, siendo llevada hacia la muerte sin apenas poder disfrutar del paisaje.
¿Qué prefieres el carrusel o la montaña rusa? Bah, a mí que me maten los sueños. Que me maten los vicios. Que me mate el deseo. Que me mate el desorden. Que me mate el camino. Si fuéramos eternos, nada valdría nada. Nunca sería tarde. Y por siempre pesaría mucho.
¿Dónde estás? Ya no te ves. Has llegado al mar. Has desaparecido. Te has esfumado entre ciento de miles de millones de gotas.
Ahora veo a la hoja permanecer en el suelo. La lluvia constante sobre el amarillo. Hace viento. Me he despistado un instante y ya no la veo. Como los recuerdos. Eso debe ser. Los otoños son como los recuerdos.
Bebí el último sorbo de café. Tosí. Creo que lo se me ha atragantado es la vida.